MÁLAGA — En una región donde el sol rara vez se esconde y el turismo parece omnipresente, hay una comunidad que, lejos de los focos, opera en otra frecuencia: la de la radioafición. Al frente de la Sección de la Unión de Radioaficionados Españoles (URE) de la Costa del Sol Occidental, Salvador Pérez Lanzas (EA7FQB) coordina un grupo que, entre antenas y transceptores, trabaja por mantener viva la comunicación amateur en una de las franjas costeras más concurridas de Europa.
Desde la Costa a cualquier coordenada
La ubicación geográfica privilegiada —entre el mar de Alborán y las sierras malagueñas— otorga a esta sección ventajas técnicas que no pasan desapercibidas. Las condiciones atmosféricas estables, la baja interferencia industrial en zonas altas y la facilidad para acceder a ubicaciones elevadas hacen de la región un punto de emisión estratégico para operadores con vocación internacional.
Pero no se trata solo de geografía. La iniciativa más destacada actualmente en marcha es un ambicioso proyecto de QSL, esas tarjetas de confirmación que certifican el contacto entre radioaficionados y que, en la era digital, aún conservan un valor casi ceremonial. La sección planea modernizar y estandarizar su sistema de QSL, buscando tanto eficiencia como identidad visual. En un entorno en el que los contactos se cuentan por miles, una QSL cuidada es más que una cortesía: es un sello de comunidad.
Vocación en clave local
Aunque el alcance de la radioafición puede ser global, el alma de esta sección es eminentemente local. Más allá de los concursos y expediciones, su actividad fortalece la cohesión entre operadores del entorno de Estepona, Marbella, Manilva, Casares y Mijas, actuando como punto de encuentro para generaciones que comparten una pasión difícil de explicar a quien nunca ha sostenido un micrófono entre llamadas en 40 metros.
La URE Costa del Sol Occidental no busca notoriedad. Sus miembros saben que, en un mundo donde lo visible lo acapara todo, la radio sigue siendo una forma poderosa de presencia silenciosa. Y es precisamente esa sobriedad, tan escasa en tiempos de ruido, la que hace que su señal —aunque invisible— siga siendo fuerte y clara.
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